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29 agosto 2008

uN OjO a lA vIdA sIn sAtEliTeS


Estando en el campo, en una suerte de retiro autoimpuesto, me encontré ante la inevitable oportunidad de aislarme involuntariamente.

No es que yo no supiera que tal vez mi teléfono celular no habría de funcionar en esa zona del sur de la Provincia de Misiones donde recalé por una semana y algo. Pero uno no toma conciencia de cuán aisaldo estará hasta que lo está.

Intentar recibir o enviar un mensaje de texto implicaba movilizarse kilómetros debido a la muy mala o nula recepción de señal que los señores de Telecom se complacen en llamar "servicio", y por el que cobran a estos usuarios tarifa plena aun sin proveerla ni contar con red de telefonía fija para los pobladores de esta parte de la Argentina.

Así las cosas, uno se adapta a no vivir el minuto a minuto ni al día pendiente de la tecnología, sino que adopta otros criterios de organización para enfrentar la imposibilidad de contar con la e-ramienta.

Y así es todo en el campo.

Pero lo verdaderamente interesante es que el hombre (o al menos este hombre), ante tal desafío de paciencia, reconoce que alguna vez vivió sin celular. Alguna vez quien escribe y ustedes, casi todos ustedes, vivieron una vida que prescindía de tales artilugios y sin embargo nadie se moría por esa carencia.

El problema radica en el resto.

Me encontré entonces con que no es uno sino los otros los que no pueden adaptarse a esa nueva circunstancia. Esos que estan acostumbrados a tenernos a mano en cualquier momento (incluso en momentos en que no deberían pretendernos disponibles), se encuentran perdidos ante nuestro silencio o nuestra tardanza de un día o dos en responderles. Pasan a considerarnos "especimen desubicado inaccesible".

Pero, y más allá de los avatares que esto pudiere ocasionarnos, lo notable es que de tan immediatos no hemos vuelto disponibles, a tal punto que la no disponibilidad inmediata crispa, enherva, desestabiliza a nuestros frustrados interlocutores.

Y ese es un mensaje peligroso que la tecnología nos empuja a reproducir a cada paso que da: ya nadie tiene derecho a ser un especimen inaccesible sin pagar el precio por ello.

Y ese precio puede ir desde el reproche amoroso al fracaso profesional o la caída de un buen negocio.

Y todo por culpa de Telecom...