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13 marzo 2009

uN OjO a lOs mIeDoS: lA mUeRtE



Muchas veces me pregunté por qué le temía a la muerte (digo “temía” porque ya no le temo, y eso es gracias a la práctica budista, de lo que alguna vez hablaré).

La respuesta me la dio mi observación de la vida y más precisamente un chico que vendía caramelos en un tren.

Y es que ese chico estaba vivo. Tan vivo como cerca de dejar de estarlo, dado lo caótica y precaria de su situación de vida: Muy pobre, con escasos 13 años y muchos más escasos recursos como para escaparle a esa realidad de pobreza rondante en la miseria.

Del otro lado estaba yo, sentado en mi asiento yendo a mi trabajo… Una vida miserable, sí, pero de otro modo muy distinto: Nada amenazaba a diario mi posición. De hecho era yo mismo quien se dejaba matar cada día.

Y ahí comprendí que el que teme a la muerte es el que está muerto. Nadie que le pelee día a día a la muerte de seguir aquí por nada, sin esperanza o sueños, le teme.

Ese chico estaba vivo porque le peleaba a la muerte cada día, cada mañana en que se levantaba para salir a

Montar esos trenes en busca de la vida, de esa moneda que le permitiera vivir un día más. Y no más que eso.

Sin esa actitud casi exagerada, exacerbada de enfrentarlo todo (esa que a veces nos choca por parecerse mucho a la arrogancia), sin ella no hay guerra, no hay batalla, no hay nada.

Mientras, este pasajero en viaje reflexionaba; la peor actitud ante la muerte porque allí, en la reflexión pura y en la pura inflexión, ella gana. Hay algo de muerte en la palabra dejada, en el pensamiento que pasa estación de largo sin hacerse carne ni nada más que neuronas especulando.
Porque vivir es movimiento, vibración... música y músculo
Así nos quiere la vida, luchadores.
Los que no, bancarse el miedo.