bUsCaR (en este blog ó en internet)

20 septiembre 2007

eL OjO qUe aÑOra

Cómo extraño esos pantalones de corderoy azules. Los que me había comprado para esa primera cita cuando tenía catorce años.

Eran suaves mis pantalones de corderoy azul, como me imaginaba sería su cabello al abrazarla y rozarlos con mi boca adolescente.

Cómo extraño esa sensación de estar naciendo, de estar sintiendo por primera vez que se está vivo.

Me acuerdo que los desdoblaba y los volvía a doblar sólo para tocarlos y sentirlos cálidos sobre mis manos, imaginando, palpitando esa primera caminata juntos por la avenida Meeks, de Lomas a Temperley. Un recorrido casi obligado. Caminata que al final no era más que un largo silencio interrumpido cada tanto por un intento de acercamiento forzado, sobre todo de uno quién, como “hombre”, debía tomar la iniciativa por razones que hoy no son demasiado obvias (afortunadamente para los chicos). Todo un interminable preámbulo nervioso hasta poder abrazarla

Y llegaba el día, la hora del encuentro; y las manos sobre los muslos acariciaban impacientes el terciopelo azul corderoy como anticipándose a la suave sensación que pronto sería de uno. Y uno dando vueltas y vueltas por haber llegado tan temprano…

Al fin, ella aparecía. Más seria que feliz; nerviosa tanto como uno. Y con un pantalón de corderoy azul enfundando sus piernas. ¿Destino?

Mi viejo pantalón de corderoy azul… Ha legado tu hora. Ya no podía seguir guardándote como souvenir de algo que ya ni recuerdo. No podría asegurar ni su color de pelo; ni si la besé aquella vez siquiera.
Pero qué dulce sensación guardás, corderoy, entre tus relieves ya no tan suaves. Si hasta casi a ella la extrañé…

Por un instante, ese en que te tomé de nuevo en mis manos para tirarte, volviste a ser nuevo.

Y yo, a tener catorce años.