Es así que escuchando jazz del más smooth que se pueda encontrar entre los compartidos en la net (Playboy Jazz After Dark, se los recomiendo a los melanco-románticos o a los espíritus en busca de una sutil calma), me puse observador hacia dentro.
Vieron que hay momentos en que el ojo se queda sin punto de referencia externo y se nos da vuelta, como queriendo verse a sí mismo. Y ahí nos pone frente a lo que somos por un instante.
Esta tarde en el subte me vi como en un vidrio de tiempo; como ante una ventanilla que devuelve épocas que pudieron ser.
Y entonces me encontré con los que no fui.
Ahí estaba esa novia de la secundaria que no tuve. Esa que había de ser tan dulce y tonta como peligrosamente acostumbrable. Ella, tan tierna como debe ser, esperándome a la salida del colegio. Y así, por años. Sus pecas y yo, para todos lados juntos; encarnados. Como otra parte de nosotros que va al lado, se sienta en nuestras piernas casi por hábito, y no decide nada sin consultarnos.
Ahí estaba esa carrera que no terminé. Y las que ni siquiera empecé. Todas ellas futuros seguros de alguien que no las amaba pero que las necesitaba. Y yo era el abogado, el arquitecto; el empresario, por qué no. Ja… ¿Y era feliz?
Pues sí. Y hoy también.
Quién sabe dónde quedaron aquellos que no fui, pero seguro que no murieron. Sólo se adormecieron cómodamente en alguna nada para mirarme devenir lo otro. Y qué. Sí. Agarré para otro lado. No digo que fuera mejor; no me siento un ganador. Para eso, sólo habría que haber sido deportista (y aguantarse varias derrotas también). La competencia no es lo mío. Y la vida no es un deporte. Mucho menos un pasatiempo. No para mí.
Es difícil, con Chet Baker o Chris Potter a la oreja, poder redondear algo que no sea un AHHHH… como un suspiro de alma desgarrada. Pero como último diré que las cosas son de la única manera en que debían ser. Y esa sensación sí que se las recomiendo.
Tanto como este disco maldito que acompaña demasiado bien una tarde de borrascas, un viaje en subte en Buenos Aires o el recuerdo de esas tarde de dolce far niente que difícilmente volverán.
Porque parece que todo el mundo tiene algo que hacer, aún los fines de semana.
Vieron que hay momentos en que el ojo se queda sin punto de referencia externo y se nos da vuelta, como queriendo verse a sí mismo. Y ahí nos pone frente a lo que somos por un instante.
Esta tarde en el subte me vi como en un vidrio de tiempo; como ante una ventanilla que devuelve épocas que pudieron ser.
Y entonces me encontré con los que no fui.
Ahí estaba esa novia de la secundaria que no tuve. Esa que había de ser tan dulce y tonta como peligrosamente acostumbrable. Ella, tan tierna como debe ser, esperándome a la salida del colegio. Y así, por años. Sus pecas y yo, para todos lados juntos; encarnados. Como otra parte de nosotros que va al lado, se sienta en nuestras piernas casi por hábito, y no decide nada sin consultarnos.
Ahí estaba esa carrera que no terminé. Y las que ni siquiera empecé. Todas ellas futuros seguros de alguien que no las amaba pero que las necesitaba. Y yo era el abogado, el arquitecto; el empresario, por qué no. Ja… ¿Y era feliz?
Pues sí. Y hoy también.
Quién sabe dónde quedaron aquellos que no fui, pero seguro que no murieron. Sólo se adormecieron cómodamente en alguna nada para mirarme devenir lo otro. Y qué. Sí. Agarré para otro lado. No digo que fuera mejor; no me siento un ganador. Para eso, sólo habría que haber sido deportista (y aguantarse varias derrotas también). La competencia no es lo mío. Y la vida no es un deporte. Mucho menos un pasatiempo. No para mí.
Es difícil, con Chet Baker o Chris Potter a la oreja, poder redondear algo que no sea un AHHHH… como un suspiro de alma desgarrada. Pero como último diré que las cosas son de la única manera en que debían ser. Y esa sensación sí que se las recomiendo.
Tanto como este disco maldito que acompaña demasiado bien una tarde de borrascas, un viaje en subte en Buenos Aires o el recuerdo de esas tarde de dolce far niente que difícilmente volverán.
Porque parece que todo el mundo tiene algo que hacer, aún los fines de semana.
Todo excepto mirar el tiempo de lo que no fue.